Mi Mejor Amigo

Estoy preocupado. En las últimas semanas las cosas han ido de mal en peor; ya no sé qué hacer, ni cómo ayudarlo… ahora que ha sucedido lo impensable.             Desde que tengo uso de razón, el mundo siempre ha girado en torno a todos, menos en mí; de mí solo se acuerda cuando tiene alguna desgracia qué compartir. Mis padres murieron cuando tenía seis, y mi abuela se encargó de cuidar de mí; la amo, y jamás podré agradecerle lo suficiente por todo lo que ha hecho, pero no tengo a nadie más. Nunca tuve hermanos, tíos o primos. Solo estuve yo. Hasta ese mismo día en el cementerio cuando lo conocí…             Algo sucedió desde que cruzamos las primeras palabras que no tardamos en llevarnos bien; aunque supongo que algo así es muy común en los niños de esa edad. Conoces a alguien en el parque o en la escuela, y en cinco minutos se convierte en tu mejor amigo. Eso nos pasó a nosotros. Sus padres y mi abuela también se conocieron, intercambiaron números para ponerse de acuerdo para que “los niños jugaran”, y el resto es historia. De pronto, ya no me sentí solo. Mucho menos cuando una niña se mudó a la casa a un lado de la suya y sus padres la inscribieron en la misma escuela a la que íbamos nosotros; entonces, ya éramos tres. Inseparables. Como una pequeña familia. Como una mítica criatura de tres cabezas con tres personalidades diferentes que la complementan y la hacen una sola sin importar si comparten un cuerpo o no. Así, pasaron cinco años, y durante ese tiempo, nada más me importó. No tenía padres, pero estaba mi abuela; no tenía hermanos ni primos, pero estaban ellos. No necesité más.             Sin embargo, justo cuando alcanzaba una edad relativamente suficiente como para comenzar a entender cómo funciona el mundo, este decidió que ya había tenido suficiente descanso. Los padres de mi amigo decidieron llevárselo a otro país y solo nos quedamos su vecina y yo para echarlo de menos. La criatura perdió una cabeza y el balance perfecto se rompió. Por supuesto, ella y yo seguimos igual de inseparables, pero, nada volvió a ser igual. Una vez más, volví a estar solo. Entrando en la adolescencia vi de nuevo cómo el mundo se movía sin tener un lugar para mí. Intenté buscarlo en los cómics, en los vecinos que eran de mi edad pero con quienes nunca logré congeniar, en mi patineta, en los videojuegos, y hasta en nuestros compañeros de clase adinerados de la exclusiva secundaria a la que entramos cuando crecimos, pero nunca lo encontré; ni en el pedante, rico y modelito de revista tipo que se convirtió en el novio de mi amiga.               Debo confesar que en algún rincón de mi subconsciente me hubiera gustado poder desarrollar alguna personalidad de alta autoestima para ser popular y al menos así conseguir algo de atención, pero solo logré convertirme en un bromista implacable que utiliza el humor para intentar expresarse y agradar a otros. Fuera de eso, supongo que no me podía quejar; a ojos y oídos de cualquiera debió parecer que mis “problemas” eran insignificantes en comparación a otros que no tienen tanta suerte como yo de contar con una abuela, un techo, y una modesta herencia para poder pagar un colegio de tal peso. Creo que todo eso me ayudó de alguna manera para intentar caminar por la vida… hasta esa mañana de enero.             En el momento menos esperado sucedió lo menos esperado: él volvió. De pronto, mientras cumplía con una penitencia académica por haberle gastado una broma a un compañero de clases, la titular de la clase me asignó a un alumno de nuevo ingreso para mostrarle el complejo escolar. Ese día no pude dejar de sonreír; nuestra amiga tampoco. La criatura recuperó su tercera cabeza y se volvió más fuerte que antes. La familia volvió a integrarse.             Él lucía cambiado; diferente. No solo había crecido al igual que nosotros, sino que parecía haber madurado más. Se me hizo más callado, más pensativo. Hasta su forma de hablar era otra; aunque supongo que eso se debió en gran parte a que pasó cinco años en un país de otra lengua. Con el paso de los días me di cuenta de que también era distraído, e incluso un poco nervioso; eso me llevó a pensar que quizá guardaba algún tipo de secreto… secreto que descubrí una mañana cuando lo vi escabullirse en uno de los jardines del colegio y lo encontré hablando con una criatura color rosa que tenía guardada en su mochila. El mundo decidió entonces golpearme una vez más: los dos estaban ahí para decirme que yo era una especie de hechicero perdido con poderes dormidos cuyo destino era cumplir una vital misión que culminaría conmigo derrotando a un feroz hechicero oscuro que tenía de su lado grandes ejércitos y todo el poder de la Oscuridad. Tuve que pellizcarme sin ser visto un par de veces cuando, después de seguirles la corriente un rato solo para ver hasta dónde podían llegar con la broma, una bruja de grandes alas apareció para asesinarme. En medio de la confusión, mi amigo terminó por salvarme la vida a mí… y en el proceso, resultó que el elegido para vivir una vida llena de peligros no era yo, sino él.             Desde ese día, todo cambió radicalmente. La magia era real. ¡Real! Nos convertimos en dos chicos de diecisiete años que de día llevaban una vida aparentemente normal, y que de noche viajaban a otro mundo para cumplir con la misión que la pequeña criatura, quien se había convertido ya en su glotona compañera de cuarto adicta a la televisión, le había asignado. El destino eligió a mi amigo para seguir una imposible tarea que ni siquiera las brujas y hechiceros más experimentados del otro mundo pueden realizar, pero, de alguna manera, siento que también yo soy parte de eso. Así crecimos. El dolor y la alegría de uno eran los del otro. No había más. Era natural.             Durante las últimas semanas hemos visto cosas que ni en nuestros sueños más locos hubiéramos podido imaginar. Hemos arriesgado nuestras vidas tantas veces que ya perdí la cuenta. Es peligroso. Es mortífero. La magia perdió su encanto la primera vez que la vimos quitar una vida, y entendimos que nosotros seríamos mucho menos inmunes cuando un enemigo se propusiera lastimarnos… Pero aun así, quiero ayudar. Quiero ayudarlo. Y aunque estoy seguro de que él se preocupa por mí y estaría más tranquilo si yo no lo acompañara a sus peligrosas misiones en aquellos reinos, no puedo hacerme a un lado. Lo menos que puedo hacer es estar con él para apoyarlo cuando sus poderes crecen y lo desesperan, o cuando quiere hablarme sobre sus inapropiados y eternos sentimientos por nuestra amiga.             Aunque yo solo soy un mortal, a como nos dicen, y no hay nada “mágico” que pueda hacer para marcar una diferencia, yo quiero ser útil. Ojalá pudiera hacer lo mismo que él; daría lo que fuera por tener un par de habilidades para ayudarlo en una batalla… pero no es así. Sé que objetivamente solo soy un acompañante, pero prefiero eso a no ser nada. Ahora, ya no solo le debo el haberme salvado de la soledad por años mientras crecía; ahora, también le debo mi vida. Varias, en realidad. Y no podría ser más feliz con el pago de mi deuda. Gracias a él conocí hace poco a una persona que creo es sumamente especial; esa persona que, desde la primera vez que te ves reflejado en sus ojos, entiendes que hay un camino por explorar y que será maravilloso. Ella es imperfectamente perfecta. Los últimos días pensé que si tenía la gran fortuna de que esa puerta algún día se abriera para mí, sabría entonces que la vida quizá no era tan mala conmigo después de todo… o eso pensaba hasta que la tragedia sucedió…             Lo admiro. Realmente lo admiro. A pesar de todo, sigue adelante. Lo veo destrozado frente a mí y aun así sigue luchando. Perdió el ánimo. Perdió la fe. Perdió el sentido de toda justicia. Se perdió a sí mismo. Pero sigue dándolo todo por continuar con la misión; más que antes. Lo respeto. Con la voz en un hilo me dijo que él también murió esa noche, y veo en sus ojos que por dentro está derrumbado… y sigue peleando. Sin importar lo que le han lanzado hasta ahora, vuelve a levantarse y lo hace con más fuerza. Es admirable. Y lo gracioso de todo esto, es que estoy seguro de que ni siquiera él mismo se da cuenta de toda la fuerza que tiene. Sé que necesita tiempo, y haré lo que sea porque lo tenga… y mientras tanto, yo lo aprovecharé igual. Mi corazón también está roto. Y aunque siento que una parte de mí también se fue, no puedo decirle nada. No voy a decirle nada. El destino de miles depende de que siga caminando y lo voy a ayudar a como pueda, evitando que se distraiga con nimiedades como lo que yo pueda estar atravesando también. Quizá algún día podamos hablar sobre esto… quizá cuando todo termine… si es que seguimos con vida.
*Fragmento tomado de los diarios no conocidos de Alexander Johnathan Taylor…